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Por un momento dejo a un lado mis
gratos recuerdos, miro al poniente y veo el alba naciente. Son pasadas las
cuatros de la madrugada y casi se han definido los puntos de la funesta
reunión.
Al terminar la misma, en la plaza pública
continuaron tendidos Nicolás Manuel Indignares, Iván Roque González Ferrer y
Jorge Eliecer Altamar, oriundos de Soledad Atlántico, pescadores de profesión y
residentes en el morro desde hacia unos meses atrás. También seguían sobre el
piso: Hugo Luis Escorcia Santiago y Javier Enrique Caballero, labriegos y
pescadores del caño Clarín Nuevo, embarcados en varias de las lanchas y
utilizados como baquianos en el caudaloso canal. Estaba Rafael Ángel Mendoza
Mendoza, natural de la cabecera municipal de Sitionuevo, operador de la canoa,
ayudante del heladero. También permanecían seis hombres del Morro: Martín
Rafael y Manuel Octavio Rodríguez Ayala; hermanos carnales, artesanos y
constructores de canoas y embarcaciones. Armando Antonio Acosta Suárez y su
sobrino Néstor Iván Acosta Suárez, pescadores e intermediarios de pescados
frescos y seco-salados; Amado Rafael Mejía Mendoza, minorista de pescado fresco
y el operador de la embarcación “En Dios Confío”; también José Darío Moreno
Retamozo. Rafael Gutiérrez Pérez fue obligado a desocupar por completo la gran
canoa y a presenciar el funesto resultado. Había también otro testigo
presencial de los hechos: Octavio Cervantes García.
Los
asistentes a la reunión habían escuchado de pie un pequeño discurso y las preguntas
lanzadas al aire relacionadas con la guerrilla, bandidos y piratas terrestres.
Estaban divididos en dos grupos y no alcanzaban a dimensionar la suerte que
correría cada uno por separado.Conservando
los lugares asignados inicialmente, unos minutos más tarde fueron obligados a
caminar todos unidos; atravesaron en medio de la penumbra el parquecito, donde dos
años atrás habían recibido a miembros del congreso de la república, a la cúpula
militar del departamento, a la embajadora alemana, al alcalde, al gobernador y
hasta al primer mandatario de la nación. Avanzaban esta vez empujados en fila
india por un pequeño grupo de hombres de caras pintoreteadas, con uniformes
militares y brazaletes en sus brazos izquierdos que decían AUC.
Un
corpulento hombre vestido igual a los restantes, se adelantó al grupo unos
pasos y abrió las puerta principal de la iglesia e invitó a sus selectos
invitados a refugiarse por un momento en el recinto religioso, mientras con la
docena de hombres apartados a su siniestra “definimos un asuntico”. La puerta
de Ceiba y Carreto, elaborada por un artesano del pueblo para la celebración de
las fiestas patronales pasadas, se cerraron totalmente y solo se abrieron de
nuevo cuando ya se había consumado el diabólico hecho.
Llegaron
unos cortos minutos de silencio erizante, los que generalmente anteceden a las
grandes catástrofes. Los hombres del bloque terrorista, atropellaron verbal y
físicamente a las doce personas seleccionadas. Segundos más tarde, un gran número
del escuadrón caminaron sin mucha prisa en dirección a las lanchas y encendieron
los motores fuera de borda a una alta revolución.
Una
hora antes, Rodrigo Tovar Pupo, ‘Jorge 40’, había empezado a tener una
comunicación radiotelefónica con el encargado de la operación, donde le
ordenaba que abortara el operativo y saliera inmediatamente del lugar. Había
recibido noticias de que el ejército y la policía conocían de los hechos y
trataban de entrar a la zona. Aún así todo continuó igual, quizá porque en
Colombia vale lo mismo matar a una persona que asesinar a un ciento. La cuadrilla
armada en general había perdido el control, y entraron en el efecto del pánico,
maltratándose entre sí.
Finalmente
el genocida del grupo, acompañado por otro de sus compañeros, se ubicó justo a
dos pasos de donde reposaban los pies de los tendidos y empezó a disparar a la
cabeza. Fueron dos descargas de ametralladoras y más una más dirigida a los
pies. El acto macabro duro apenas unos segundos: cabezas desbaratadas y un
charco de sangre que inundó por completo el pequeño parque. Los cuerpos
quedaron irreconocibles y los rostros triturados contra el piso, por las ojivas
del potente proyectil. Entonces otro hombre, no satisfecho con aquella
aberrante muerte, sacó su pistola nueve milímetros de su chapucera y acercándose
rápidamente, le descargó su arma por completo a uno de los cuerpos deshechos para
así doblemente matarlo y estar seguro que nunca más se levantaría de aquel
lugar señalado por la muerte desde sus inicios.
2.
Al
final de la década de mil novecientos treinta, Julio Manuel Moreno, peluquero
de profesión, una noche de parranda destazó en la esquina de la ermita a Pablo
Rodríguez, pescador de oficio. Por segundo año consecutivo se celebraban las
fiestas patronales de Nuestra Señora de Lourdes y el segundo cumpleaños de la
ermita construida en madera, horcones y techo de Eternit.
Pasada
la media noche comenzó una riña campal. Primero fueron insultos y todo tipo de
agresiones verbales y luego se fueron a las trompadas. Fue ese el momento en
que el peluquero desenfundó su equipo de trabajo, su navaja barbera, y lanzó el
primer zarpazo al abdomen de su enemigo. El zarpazo fue certero y de inmediato
afloraron los intestinos. El veterano pescador se llevó sus manos al cuerpo
vencido por los tragos, la herida y sus años y reculó unos pasos; apuñalado le
llegó el segundo zarpazo de frente, pero ya aquí no soportó más y dio la espalda.
El tercer zarpazo le llegó por debajo de las costillas del costado derecho.
Tres veces herido de muerte, trató de refugiarse dentro de la ermita, pero sólo
alcanzó llegar a la esquina derecha y se desvaneció por completo. Allí recibió
el cuarto y último cuchillazo. La junta comunitaria nunca más volvió a celebrar
las festividades a la virgen de Lourdes.
El
año anterior, por un trágico accidente, la casa ubicada justo al sur del lugar
de veneración se incendio completamente después de un descuido en el alumbrado.
El mechón que suministraba la luz cayó y produjo una conflagración. El personal
reunido en la plaza pública se volcó a sofocar el incendio y la fiesta se
terminó mucho más temprano de lo previsto inicialmente.
3
Los
dos últimos hombres de la cuadrilla armada que aun permanecen en tierra firme,
corren rápidamente el pequeño tramo de la explanada y se embarcan en sus
lanchas, jarreando por delante a Senén González Mejía, ‘Mano Sene’, el provero de la fletera por ese día, y a
Leonel Max Solano, el vendedor de helados de cono, llevándolos como rehenes .Toman
un nuevo camino fluvial, entre las callejuelas del pueblo, que los conducirá a
la zona Éste, buscando una salida segura al Santuario de Flora y Fauna de la Ciénaga
Grande.
Minutos
antes que el sol salte sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, las cincos
lanchas se encuentran a ciento cincuenta metros del corregimiento, dentro de la
ciénaga de Machete. En dirección al caño de Fermería se divisa una canoa
grande, la misma embarcación en la que
se transporta semanalmente la madera con la que se reconstruyen las viviendas
averiadas del pueblo, la cual la opera Elider Yanes, el líder cívico encargado
de velar para que el programa de vivienda se cumpla satisfactoriamente. En la
gran canoa se transportaban la familia del líder y varias familias más que buscaban refugio desde
que escucharon las ráfagas de tiros. No alcanzaron a navegar sino unos
quinientos metros después de abandonar el caserío y fueron obligados a regresar
nuevamente al pueblo. Buscan refugio en la casa de la familia Gamero Castillo, pero
allí el escuadrón terrorista obliga a un motorista a que los acompañe al
Santuario de Flora y Fauna.
Minutos
antes el operador que conducía el motor, en un leve descuido del grupo armado,
se había lanzado al agua y se refugio en uno de los palafitos en las afueras
del caserío. Es por esto que ahora
buscan un nuevo operador y anuncian que si no sale el operador de la canoa,
procederán a tomar represalia con los acompañantes donde se encontraban: ancianos,
ancianas, mujeres, niños, niñas. Es cuando el presidente del comité de
pescadores, Malfre Rafael Gutiérrez Pacheco, decide salir del lugar donde se refugio
por unos cortos minutos. Con él sale Wilmer Alfonso Gamero Castillo, quien se
encontraba en su morada descansando al lado de sus padres. Salieron para nunca
más volver, por lo menos no con vida.
Ya
casi con el astro rey asomándose para iluminar el fatídico nuevo día, con ‘Conformidad’,
robada en la plaza pública, son dos las canoas grandes que acompañan la caravana
paramilitar. Unos minutos más tarde se chocan con una unidad económica de pesca,
‘Boliche’, que regresa después de cinco días de ranchería en la ciénaga de
Tamacá y allí obligan a Wilmer Enrique Mejía Mejía, a irse con ellos. Con el
nuevo motorista toman camino hacía su lugar de destino. En el boquerón de Pijinio,
las cincos lanchas hacen un segundo transbordo a nuevas canoas. Las
embarcaciones son devueltas nuevamente al río Grande de la Magdalena,
orientadas esta vez por ‘Compa Sene’.
‘Conformidad’,
tripulada por el heladero, entra al caño
los Venados y después de un momento llega finalmente a la ciénaga de la Solera.
Aquí siguen los hombres armados disparando a cuanto se movía, “matando seres
humanos como pájaros”.
A
una larga distancia fueron alcanzado por las balas asesinas: Erasmo Antonio de
la Cruz Manjarrez y su compañero de faenas, Senén Antonio González Mejía, pescadores
con atarraya y oriundos del Morro, quienes se encontraban ranchando desde hacia
una semana en ese sitio. Cientos de metros mas adelante fueron asesinados Gustavo
Rafael Yepez Conrado y su compañero de labores, Néstor Julio Ayala Suarez,
pescadores con redes fijas (trasmallos) y residentes en el corregimiento de Tasajera,
Pueblo Viejo (Magdalena).
En
la desembocadura del caño el Salado, al lado de la ciénaga de Cardona, fueron
dejado cuatro muertos más, con síntomas de torturas y acribillados a puñaladas
y con tiros de gracias en sus cabezas: Leonel Max Solano, Malfre Rafael
Gutiérrez Pacheco, Edwin Alfonso Gamero Castillo y Wilmer Enrique Mejía Mejía,
encontrados la tarde del día siguiente. Del otro lado del caño del salado, dentro
de la ciénaga de Tamacá, fueron muertos Joaquín Modesto Alvares Charres, Jahir
Eugenio Miranda Niebles, Orlando Cesar Ayala Nieble, Jorge Luis Nieto Álvarez,
José Francisco Álvarez Rolón y José Asunción Marín Rodríguez, pescadores con
redes fijas (trasmallos), oriundos de la población palafitica de Buenavista.
Todas
las personas que salieron en a esconderse en el monte una vez inició la
incursión terrorista, volvieron a sus hogares a
recoger sus pertenencias y reencontrarse con sus familiares extraviados.
Todos juntos salieron a un lugar seguro donde poder refugiarse.
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