lunes, 9 de abril de 2012

BUSCANDO EL CAMINO AGUA ABAJO

El año de esta historia Colombia asistió a la fiesta religiosa nunca olvidada, ofrecida en honor al Caimán: la figura milenaria, ícono religioso de los pueblos antiguos de la Ciénaga Grande de Santa Marta. La ceremonia se lleva a cabo en un conchal de la Isla de Salamanca, Costa Caribe, en el departamento del Magdalena. Los negros bastos y los negros finos, invitados especiales del Morro, llegan a Mamatoco con el baile de negro a rendirle tributos a San Agatón, el santo de su devoción, en su día.

Es una fiesta de reconciliación que comenzó agua arriba, en la población de Mompox, Bolívar, y que viaja agua abajo sobre la arteria fluvial más importante del país. Decenas de ingeniosos juglares improvisan con lo que observan a su paso.

Se creció el río Magdalena

en ron blanco se convierta

y el mar en una cerveza

sería una cosa muy bella.

En una tarde serena

estando el sol ocultado

con pasos agigantado

marcharía yo, a toda prisa

hasta bocas de ceniza

pa’ tomámelo ligado.

El recorrido ceremonial comenzó dos días antes con la bendición personal del obispo de esa Diócesis, quien bendijo cada uno de los puertos donde atracaba el pequeño buque ‘Santa María Magdalena’. En la población de Plato, se embarcó una anciana que portaba un urgente servicio social:

La madre andaba avisando

a todos los arponeros:

“No me vayan a matar

a un caimán diente de oro,

Es el hijo que yo adoro”,

decía la madre llorando,

“Desde allá vengo avisando,

desde el Difícil al Suan;

un hombre vuelto caimán

en el río anda navegando

Por la noche de oscurana el buque fue orientado por una procesión de ánimas que vienen del más allá a visitar a los vivos en el mes de noviembre. Vienen recitando el santo rosario a las otras ánimas del purgatorio aún no absueltas de pena, pidiendo perdón por sus penas terrenales.

A veinte leguas de allí, a las dos de la tarde, un grupo de danzadores del Morro se abalanzó a la Ciénaga agua abajo, en busca del conchal olvidado donde se realizará la feria folclórica cultural más multitudinaria y jamás nunca vista. En el resto de las poblaciones, en espera del legendario ser mitológico, encontraron a las mujeres vestidas de largas faldas de alegres coloridos acompañando los pequeños altares. Los hombres bebiendo cervezas al clima, enredados entre los grandes picó de contundentes parlantes de alta tonalidad, que tocaban vallenatos, salsas y champetas, en medio de las estrechas callejuelas y las amplias KZs. En las casetillas donde se vendían escapularios y santos rosarios, también había estampas e imágenes emblemáticas de la mítica y olvidada figura religiosa. Juegos de ruletas, dominó y cartas. Las bandas de cobre tocó sin descanso día y noche, entre un sin número de orquestas y agrupaciones folclóricas que han llegado a hacer honor al rey de la fauna silvestre de la Ciénaga Grande.

Esa tarde los folcloristas comenzaron un largo itinerario, con una ofrenda cantada en baile negro que incluía: diez bultos de ron de caña, varios bultos de pescado seco-salado, suficientes bollos de yuca y todo tipo de ofrendas recogidas a su paso. Todo esto por los beneficios recibidos durante un año de prosperidad. Era una tradición que habían heredado de los suyos y no podían ser diferentes a sus antepasados.

Por el delta exterior derecho, el nuevo sol pintaba de oro las incontrolables corrientes del Río Grande de la Magdalena que al norte se entremezclaban con las saladas aguas del mar Caribe. El pequeño buque donde navegaba la figura religiosa vino guiado en la proa por una figura mítica asombrosa: un hombre de mediana estatura muy joven, nariz aguileña y ojos negros; cara fileña, barbas largas y una abundante cabellera negra con la cual cubría su desnudez; manos finas y dedos largos adornados con anillos de oro con incrustaciones de piedras preciosas (esmeraldas y topacios), extraídas de los yacimientos naturales de Cajamarca, donde brotan todo tipo de minerales en el Tolima; uñas largas y afiladas con las cuales toca armónicamente su viejo tiple; una perfecta dentadura elaborada en oro puro, que brillaba sobre las aguas cada vez que abría su boca para entonar una canción con su cautivadora voz. Era el Mohán.

Del lado del departamento del Atlántico, otro alegre y talentoso juglar cantó:

A Malambo lo saludo,

con alegría y con cantares.

Aquí está Aníbal Suárez

que en décima lleva un escudo.

Quien venga aquí, no esté mudo

y debe tener lengua buena

en esta tarde serena.

Cantaré del timbo al tambo

para cantar en Malambo

a Santa María Magdalena.

A las nueve de la mañana el pequeño buque fluvial arrimó al puerto soledeño donde recogerían a José de los Santos Suarez, el patriarca de la comarca y quien acompañaría la caravana con sus alegres cantos. Allí hicieron una honrosa conmemoración al histórico lugar.

El anciano contó al grupo que para el tiempo en que El Libertador estuvo en Soledad, ya era un hombre de cara pálida, atacado por una constante y permanente tos, escaso de cuero cabelludo, visiblemente enfermo y afligido moralmente por tanta división, intrigas y rivalidades entre los colombianos. Eso sí, mentalmente se conservaba como en sus mejores tiempos: lúcido, claro y brillante en sus cortas palabras expresadas al grupo de compatriotas que tuvieron el honor de saludarlo a su paso. En su saco aún conservaba la medalla del honor patriótico, la misma que él había hecho crear en el congreso de la República para condecorar a los hombres ilustres de su ejército libertador: la Cruz de Boyacá.

De una manera didáctica el anciano comentó que desde este legendario puerto, zarpó la tripulación que navegaba con el ilustre libertador de cinco naciones. La travesía sobre el mar Caribe partió desde el puerto fluvial de Sabanilla hasta Bocas de Ceniza, y desde ahí en línea recta hasta la bahía de Santa Marta. Una vez en tierra, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacio se montó en un carruaje con rumbo al lugar de residencia de su amigo, el español Don Joaquín de Mier y Benítez, quien lo acogió en el momento que padecía una gravísima enfermedad, recomendándole el tratamiento y posterior recuperación al medico francés Prospero Reveret, en su basta quinta de San Pedro Alejandrino, el lugar que vería apagar el sol de América el diecisiete de diciembre de mil ochocientos treinta, pasada la una de la tarde.


Bolívar es el goloso

que en la libertad se inspira.

Es alma noble que admira

todo lo que es poderoso.

Llora el hijo valeroso

de los hijos de Granada,

piden la primera jornada

para vengar como hermanos,

con sangre de los tiranos,

aquella sangre adorada.

En este mismo puerto marítimo, un siglo más tarde, atracó ‘Joaquín Manuel’: un bongo grande de cargar leñas que transportaba a los miembros del baile negro, un viernes a comienzo de febrero, a rendirle honores a San Agatón. Cuando el buque abandonó Soledad, era una tarde diáfana, con una brisa fuerte que venía del mar Caribe. Una hora más tarde, se internó en el exuberante sistema lagunar propio de una variada y espesa vegetación. El paraíso terrenal asediado de manatís, ponches, saínos, culebras e hicoteas y bandadas de aves nativas y migratorias. Sólo hasta entonces y a casi diez kilómetros agua abajo, se dieron cuenta que habían llegado a la tierra prometida. Un lugar de todos y de nadie, el sitio más cerca y distante del mundo.

El buque se llenó de lo que producía la región: yucas, batatas, ahuyamas, ñames, maíz, plátanos y tres clases de bananos: largo, manzano y cachaco; aves de corto huelo: gallinas, pavos, patos; chivos, carneros; queso y leche; verduras: ají, cebolla en rama, col, tomate, pepino y berenjena; frutas: melón, patilla, papaya, guayaba, mango de hilacha y de azúcar. Varios kilómetros hacia el poniente, ya sobre el inmenso estuario, observaron manglares altos y frondosos. Un verde sendero que parecía hacer una larga calle de honor. En el último tramo se encontró un extenso territorio sembrado en arrozales, un gran rancho de palma amarga y a un lado los pilones: mujeres campesinas dedicadas a pilar el arroz. Además se encontraron crías de cerdos, asnos y caballos; canoas completamente cargadas de cañas de azúcar que se dirigían a la costa occidental de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Era un extenso territorio premiado por la madre naturaleza donde la Ciénaga Grande goza coqueteándole al mar Caribe.


Una vez atracó el pequeño buque en el inmenso y hasta entonces desconocido conchal, se encontraban con un conjunto de pueblos dedicados a la pesca marítima y lagunar; a la extracción de moluscos y crustáceos y a la recolección de sal marina. La isla de Salamanca es una zona donde se cruzaron múltiples rutas indígenas de migración y comercio, especialmente los pobladores del bajo Magdalena y los Tayronas. Ellos trajeron al caimán, el icono de sus cultos. Los pueblos de la orilla oriental de la Ciénaga Grande también se hicieron presentes en la magna conmemoración religiosa.

Iban llegando piraguas y canoas cargadas de personas que querían conocer a la figura de tamaño natural y rendirle honores al ser mitológico, que hasta entonces sólo habían visto a través de las cerámicas encontradas en las diferentes excavaciones locales. Con ellos traían artesanías elaboradas por las mujeres, los niños y los jóvenes de la región: vasijas en barro y figuras fabricadas en oro, esperaban a su majestad el Caimán.


Los actos protocolarios comenzaron la víspera. Bajo un tupido bosque de manglares, donde un pirata del viejo mundo había dejado olvidado un misterioso tesoro, se pusieron mesas de billar a tres bandas, juegos de mechas o bolas de palos. También llegaron los jugadores de futbol de los playones de Corralito, Guarumá y la Punta de los Olivos. Hicieron presencia los mejores atarrayeros, bogas, decimeros y poetas desde el bajo Magdalena hasta el sistema lagunar. Los pobladores y los invitados especiales, en procesiones sobre cada callejuela, pasaron la milenaria figura religiosa de dos metros de alto elaborada en oro puro. Más tarde se embarcaron en el buque fluvial y así recorrían las intrincada red de caños, ciénagas y conchales. En esa semana de jolgorio público, donde asistieron las danzas del carnaval de Barranquilla, los periódicos locales y nacionales sólo se ocuparon de esa noticia.

El presidente de la República, sus ministros y el congreso en pleno; las asambleas departamentales y los gobernadores; los concejos municipales y los alcaldes. Hasta el nuncio apostólico no quiso perderse la celebración. Para el almuerzo se sacrificaron pavos, cerdos, chivos y carneros. Además de los animales cazados a poca distancia de ahí: venados, saínos, ponches y nutrias; cien iguanas; más de un ciento de hicoteas, morrocoyos y tortugas. Tomaron cervezas al clima, guarapos de caña de azúcar y mucho ron de caña.

Todos los que llegaron sabían plenamente que estaban asistiendo a la parranda pública de mayor escándalo de que se haya tenido noticia en el mundo. También asistieron los diferentes grupos folclóricos de Colombia: las cumbias cienagueras y la moderna de Soledad; el vallenato, el joropo y el pasillo; la salsa, representante de la región Caribe y de la costa pacífica; y el baile de negro, en representación de los pueblos palafitos.

La noche del diecinueve de enero, una vez se ocultó el sol, se escuchó el golpe de un tambor. A medida que avanzaba la noche, el sonido fue mucho más fuerte y se oyó en las ciénagas más remotas, e incluso en las poblaciones y caseríos más apartados. Muchos comentaron:“comenzaron los ensayos El Morro. El baile de negro es una tradición folclórica, ofrecida a San Agatón. Está conformado por dos sones: uno lento, llamado negro basto y otro mucho más rápido, el negro fino. El baile negro desempeña una función integradora de la adoración. Su música se emplea durante las coloridas y alegres danzas. Una ceremonia que consiste en la paga de una manda, ofrecida en algún momento difícil de la vida, personal o de un ser querido. Uno de los danzadores, siendo muy niño, se tragó una espina de mojarra rayada mientras almorzaba. Transcurrido lo que faltaba para que llegara la noche, aun no habían podido retirarle el objeto extraño de la garganta. El padre, aconsejado por un compañero de pesca, se encomendó a San Agatón. Un par de horas más tarde, el pequeño niño ya no sentía molestia alguna. Se había curado completamente y desde entonces es fiel devoto del santo parrandero.

El rito ofrecido comienza en los hogares. Se utilizan patios grandes para que todos los seguidores se encuentren cómodos. Se usan disfraces alusivos, comúnmente conocidos como monos, capuchones en sotanas con polleritas. Las noches de ensayos son animadas por un buen trago de ron, cigarrillos, tabaco. La gran mayoría de seguidores conserva una estampa de la deidad: San Agatón, pontífice de la iglesia católica en la edad media; un hombre de Dios, que se dedicó a divulgar el evangelio por el mundo entero, hasta la hora de su muerte, a los ciento siete años de edad, en su natal Palermo- Sicilia, Italia.


La madrugada del veinte de enero, después de haber pasado la noche en la celebración, el grupo de danzantes se embarcó en la canoa ‘La Consentida”, y empezaron a recorrer el pueblo casa por casa, con un acto llamado ‘Las brujas’, cuyo canto se llama ‘La cucaracha’:

Despierta si estás dormido

de este sueño tan profundo.

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

Despierta, si estás dormido

de este sueño tan profundo.

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

Que te viene a visitar

el pilón del otro mundo.

Corre, corre,

que pica la cucaracha

¿Por qué no viniste anoche

a ver así los monicongos?

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

Porque estaba viendo el baile

de una niña de primera.

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

En el patio de tu casa

tengo un gavilán sin pluma.

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

Porque dice que se lleva

de las tres hermanas, una.

Corre, corre,

que pica la cucaracha.

A las cuatros de la mañana, ‘El Disfraz’ se arrimó en la canoa a la casa ubicada en las afuera del pueblo. Para esa hora iban cantando un son de negro basto:

Negro no te pongas bravo

Porque te digan negrito.

Negro, fueron los esclavos

los que clavaron a Cristo

Bonita es semana santa

Cuando revientan el velo

Fue Jesús de Nazareno

Con un nudo en la garganta

Cuando yo pasé pa’ Mate

Estaban las aguas crecida

Que más vale mi venida

Que la fama de Antonio Lastre.

Cuando yo llegué a Río Hondo

Canté con Manuel García

Como no encontraba fondo

Partí pa’ Santa Lucía.

Ya esta la bola en el barro

El que la tira es Mejía

Unos dicen que es Navarro

Otros dicen que es García.

Un hombre de piel curtida por el salitre y el sol ardiente de la Ciénaga Grande, ejecutó un rustico tambor forrado con el cuero de un zorro mapache, que cazó mucho tiempo atrás para la alimentación de su familia. Sentado cómodamente en el banco que divide la canoa, lo llevaba entrelazado dentro de sus piernas, mientras sus ásperas manos tratan de sacarle sonido a puro golpe. Otro hombre intentó llevarle el compás con una guacharaca de casi un metro de longitud, elaborada de una vieja lata que se encontró flotando dentro del espejo de agua de la ciénaga de Alfandoque. De dos calabazos secos, un veterano hombre construyó un par de maracas que desde la noche anterior estrena alegremente, sacándole cuanto sonido se le ocurra y moviéndola de una manera magistral, dentro de sus gruesas y ásperas manos. Entre ellos, cincos veteranos juglares, entonaron los versos tradicionales.

Minutos más tarde, Pedro Suárez, el propietario de la morada, pagó el tributo, que consistía en una botella de ron de caña y dinero en efectivo para pagar el desayuno de los negros bastos. Las diferentes bandas de músicas sembraron en las calles una alborotada alegría; el mundo se enredó al ver la presencia del ser olvidado. Por primera vez en su historia, los habitantes de los conchales se desorientaron de pronto en sus propias calles, aturdidos por la conmemoración.

Los acompañantes de la figura mítica, quienes venían por primera vez a la región, miraron al Este, y vieron, por primera y última vez, cómo se alzaba la Sierra Nevada de Santa Marta. Era una tarde de brisas fuertes, el verano azul del Caribe colombiano. Una vez transcurrida la enorme feria, el milenario reptil fue dejado en su santuario de olvido y borrado por completo de la memoria de los seres humanos.

A escasos segundos para que el reloj diera la media noche, todo el pueblo se espantó. Al ver que los calderos, las ollas, las jarras, las cucharas, los platos y los baldes se caían sin que nadie los tirara. Se empezaron a mover los árboles muy lentamente y mucho más fuerte a medida que transcurría el tiempo, hasta formar una gran algarabía. Las aves, los animales silvestres y los peces se alborotaron. Una estampida que se escuchó dentro del espeso bosque de manglares y que ocurrió en un espacio de tiempo de una hora. “La troja del otro mundo”, comentó el anciano pescador que acompañaba el grupo desde Soledad.

Minutos después de haberse movido todo y haber pasado el estropicio que despertó el universo lagunar, El Mohán se embarcó de regreso al río, en un pequeño bote operado por un ser fantasmal, ágil y rápido: un hombre de mediana estatura y de piel trigueña que llevaba su cabeza cubierta por un viejo sombrero de paja. Su vestimenta, un pantalón remangado a las altura de las rodillas y una franela negra ‘amansa loco’, camuflado completamente por la oscuridad de la noche. En la feria había sido seleccionado como el mejor bogador de la noche. La gente lo llamaba ‘el bogador del otro mundo’, un hombre que sólo se observa en las noches oscuras, cuando reta a los mejores bogas de los palafitos. Estos dos seres perdieron el rastro de este mundo cuando se internaron en la tenebrosa oscuridad.

Al amanecer, antes que el sol saltara la Sierra Nevada de Santa Marta, los danzadores abandonaron los pueblos viejos y olvidados, y emprendieron su segundo itinerario, ahora sí a Mamatoco. Entonaban un son de negro basto:

Bonita es la vida mía

Dicen que la pena mata

Bonit, es la vida mía

La pena no mata, no.

Bonita es la vida mía

Porque si la pena matara

Bonita es la vida mía

De pena, habría muerto yo

Bonita es la vida mía.

En esta nueva travesía sobre la ciénaga, ahora costeando la isla de Salamanca, ‘Joaquín Manuel’ se terminó de cargar de peces y camarones, que le obsequiaron los pescadores agradecidos por su presencia en el santuario religioso. Los tripulantes, al pasar por la orilla de la antigua barra, al lado de Ciénaga, rindieron honores al Caimán de Cachimbero:

Este bendito caimán

Este bendito caimán

Fue cogido en la barrita

Ese fue el que se comió

El retrato de mi hijita

¡Ay, manita linda!

¿Dónde está tu hermana?

El caimán se la comió.