miércoles, 2 de mayo de 2018

EL ASTILLERO

                                                     

                                                       
El quince de julio, habían tenido el privilegio de nacer la cuarta parte de la población, eso sí
en diferentes años y durante el siglo pasado. Un evento como este, solo se disfrutaba cada
cada años. A Medida que el tiempo transcurría, esta fiesta se había convertido en una fecha
memorable. Como había de convertirse para el siglo XXI, Santa Cecilia, una conmemoración
religiosa para los cientos de huérfanos que dejó la cruenta masacre.
Desaparecido el crepúsculo. Los anfitriones de la fiesta onomástica, notaron el desplantes de los
invitados de honor: Las familias más prestantes del pueblo, citados con un mes de anticipación.
Tio Migue, sobreponiéndose a rencores del pasado, autorizó a la menor de sus hijas para que
asistiera a la frustrada celebración de quién en el pasado fue su amigo y compañero de labores:
Veranillo Zorrilla. Una vez la elegante mujer cruzara la entrada principal de aquella lujosa mansión,
atrás sequía el desordenado populacho. Al vulgo, le había llegado la hora de celebrar, hasta que el
cuerpo aguante.
Desde el momento de la autorización y durante el tiempo necesario, la habitación de la casa
permaneció iluminada por una lámpara de caperuza. Ña María, madre de la joven mujer, caminó con
pasos ligeros hasta la hornilla y ajunto las pocas brasas que sobraron terminada su labor culinaria; al
instante de un horcón de palmiche donde guindaba de un alambre bajo una tartera de aluminio y la
puso sobre la lumbre a calentar, luego fue a la alcoba y trajo dos planchas de hierro, que lavó con
agua y jabón, las que seco con los trapos destinados a esa labor. Finalmente, las puso sobre la
tártara recalentada, para que tomaran el calor. Mientras acomodaba del mejor modo sobre la mesa
de comedor, la fina prenda de vestir para finalmente plancharla, de esa manera se mantuvo atenta
de los arreglos personales de su hija, sabía que debía lucir radiante:Rosario, conocida popularmente
como: Mora.
Mientras La divertida mujer, con un espíritu propio para prender la fiesta nuevamente, se ponía su
atuendo especial, un traje artesanal elaborado por ella a agujas y dedal. La casa donde se realizaba
la conmemoración, se empezaba a llenar de gente; eran centenares los regados sobre las trojas y los
sardineles. Aun ninguno de los asistentes, eran tan cercanos a la familia, para merecer el ingreso al
interior de la vivienda y mucho menos al patio donde servidos esperaban: El ponqué y los pasteles.
El sancocho de chivo mozo, humeante en el fogón, los chicharrones sobre los mesones de mangles
y la tinaja taquia de guandolo de piña, a los selectos invitados.
La inmensa casa, se había venido decorando con un mes de anticipación. Todos los objetos comunes,
se habían puesto en un lugar apartado. Los botes de tablones bastos y las canoas recostadas en los
alrededores de la casa, soportaban a la multitud. Para el dia de la gran fiesta, sobre las paredes lucían
las finas decoraciones y lujosos cuadros. El pick-up tocaban las canciones populares y que luego se
volvieron clásicas, en espera de los invitados.
Las diez puertas que hacían el acceso al interior de la vivienda.permanecían abiertas pero protegidas
con rejas de madera y debidamente custodiada por un miembro de la familia, para que no pasará
nadie que no hubiera sido oficialmente invitado al aniversario. El común de la población, que nunca
era invitado a semejante celebración, pero que tampoco necesitaba de invitación formal para asistir
a ella, fueron los primeros en arribar a la fiesta, en las afuera esperaban un momento de descuido y
colarse en la recepción.
Una vez publicada la orden. El boga seleccionado salió en busca de la nueva invitada, a la que tan
solo le dio una hora para sus arreglos personales. Mientras regaba la información de que finalmente,
había decidido estar presente en la fiesta la entusiasta Mora . Volviendo a despertar el ánimo del
pueblo por la frustrada pachanga. Su arduo trabajo y su constanza, la llevó a ganarse el respeto y la
admiración de los suyos y la de sus coterráneos, como la lideresa del pueblo. Su residencia estaba
ubicada en el centro-sur del morro: El barrio más antiguo del caserío, popular porque en tiempo de
prolongado verano se secaba totalmente e imposibilitando el libre acceso por sus fluviales vías.
El mismo sector que la horrenda madrugada de la masacre, albergó a mucha gente que huía en
busca de un refugio seguro.En esta misma casa y cuando debía de ser una una anciana y sentada
sobre la butaca de madera, sequía la transmisión televisiva, que llevaba la última ponencia de la ley
de víctima y restitución de tierra: La norma jurídica que reconocía a todas las víctimas del conflicto
armado interno, que ha padecido nuestra nación desde mediado de la década de los años ochentas
del siglo veinte.
Con el estilo que siempre la caracterizó  la Mora, camino a la alcoba, destapó el baúl y del fondo
sacó un traje de alta costura, confeccionado por ella en sus tardes de descanso. Una hora más tarde
el  mensajero regresó a recoger a su invitada, acababa sus arreglos de la compañía de su progenitora;
quien la llevó de la mano hasta la puerta del sardinel a la luz de la lámpara de gasolina. Lucía su traje
artesanal de paño vino tinto. Dentro de la oscuridad abrasante atravesó en penumbra el estrecho
sardinel y se embarcó en la canoa donde ya viajaban sus amigas y vecinas. En la fiesta, el populacho
repartido en las afueras.ansiosos esperaban bailar, así fuera una pieza con la hermosa mujer.
Minutos después de haber abandonado su hogar, a la fiesta llegó luciendo un par de zapatillas en
cuero, que hacía contraste con su atuendo. Su cuerpo brotaba una fragancia natural, el aroma que no
produjo loción alguna. Más bella que la reina que nunca quiso ser, una verdadera aparicion magica,
en aquella noche de oscurana.     
Los asistentes en el cumpleaño, se sorprendieron al ver aquel el ángel encantador.El cielo de repente
se llenó de luces intermitentes. Mora levantó su mirada encantadora, su rostro retocado por el rubor,
su tierna piel humedecida por el rocío de la noche y con su gutural sonrisa saludó a los presentes.
Calmadamente, subió al concurrido sardinel; para esa hora llevaba suelta su cabellera castaña,
revuelta totalmente por la brisa.
Por primera y última vez, el morro vei andar sobre una pasarela a la diosa veneciana, la mujer más
hermosa del mundo. La muchedumbre alegre, siguió el elegante desfile de la esbelta mujer, que a su
paso dejó una estela de florales, hasta el sitio seleccionado para el agasajo: el astillero.  
Era una mujer estrictamente correcta, pero demasiado alegre. Su padre murió siendo aún una
adolescente, poco después de la fiesta onomástica. Hasta la muerte de su madre, se convirtieron
en seres sufridas, transcurrido el tiempo,pasó a ser el apoyo físico y moral de sus hermanos mayores,
hasta que estos aires abandonaron el mundo.
Con el duelo que siempre la acompañó y cuando piensan que el tiempo cura las cicatrices del alma,
se convirtió en la lidereza más reconocida y respetada de su comunidad. No descansó un solo instante
en reivindicar sus derechos y el de su población vulnerada. Una joven llena de coraje, carácter y
valentía; de palabras claras, con una única convicción: La verdad verdadera.
“Todo tiempo pasado fue mejor“ frase que a diario repite y que nunca se cansó de pronunciar cada vez
que alguien escarbaba sus recuerdos. Había contado con el privilegio de vivir los tiempos prósperos
de la eco región, libre de violencia ni temor ni hambre ni angustia.
Por la noche y después de diez largos años, asistió a la ermita, la encontró como en sus mejores
tiempos, repleta de gente. Se abrió paso por dentro de la multitud agolpada en la plaza, era como
recordar otras épocas. Lucía el fino atuendo de toda la vida, el vestido que como ella nunca pasaron
de moda.
Entró a la iglesia por la puerta principal, se santiguó, dio gracias a dios y caminó hasta sentarse de
frente al altar, el lugar seleccionado para ella.El cura empezó a oficiar la santa misa, en la
conmemoración el párroco habló de perdón y reconciliación.
Desde hacía mucho tiempo no había tenido un día tan agitado; por la mañana recibió a las
personalidades del estado y asistió a la instalación formal del evento, minutos más tardes se acomodo
del mejor modo posible sobre el piso de la iglesia y por primera vez escuchaba las versiones libres
de boca de sus victimarios.
La fiscalía tercera para la justicia y la paz, desempolvar el material fílmico y se los mostraba a las
víctimas de la masacre de el morro. Los postulantes narran lo acontecido de forma modo y hechos,
a través de la enorme pantalla y por primera vez, ella escuchó de sus victimarios pedir perdón público,
por los horrendos hechos cometidos. La altruista mujer, como el resto de la población había aprendido
a perdonar, sin tener que olvidar a sus muertos. Por la tarde. hizo la fila para la inscripción en el
registro único de víctimas y mientra memorizaba su código familiar, que pasaba los tres millones,
hasta entonces no había sido más consciente de la gravedad de los hechos; pensó que era
demasiado sufrimiento y había que ponerle fin a esta guerra fratricida, para esto confiaba en la normas
jurídicas existente. Volvió a su realidad cuando recibió sus primeras ayudas de carácter humanitario
y en sana calma dio su primera entrevista para el canal institucional.
El país se enteraba, que su abuela materna había llegado al pueblo, desplazada de la violencia
bipartidista de mediado del siglo XX, a raíz de la muerte violenta de su abuelo. Pasado un corto
tiempo la familia cambió el oficio de la agricultura por la pesca artesanal y otros se iniciaron en el
comercio con la plaza ujueta de la lisa seco-salada, con la que durante el siglo, se ha preparado el
plato típico de la costa, haciéndole un aporte importante a la gastronomía del caribe.    
Con el paso del tiempo, cuando aún se agudizaba el conflicto, hizo aportes importantes que
permitieron humanizar la guerra, dio luces a las diferentes reformas de carácter judicial y normas que
protegían a las víctimas de violación de los derechos humanos, cada vez que era socializadas por el
ejecutivo.     
Nunca fue ajena a las sentencias promulgadas por la corte constitucional y la noche que la sala plena
del congreso de la república. aprobaba la ley de víctimas, Ella, en cuerpo presente    estuvo atenta
que se aprobara la nueva norma jurídica. respetando los estándares universales del derecho
internacional humanitario.
Conservando su belleza primaveral, pudo deambular por la vida hasta donde la memoria colectiva
recuerda: Eterna juventud, don obsequiado por la madre naturaleza por lo menos hasta el
resarcimiento de sus derechos vulnerados durante la guerra fratricida del último cuarto del siglo XX.
La lideresa, acercándose a sus noventas años de vida, no recordaba el día que un presidente de la
república, pedía perdón público a un país azotado por tantas guerras civiles, miles de sentencias
extrajudiciales, violación a los derechos humanos y mucho menos por la infracción al derecho
internacional humanitario.
La información divulgada hablaba de la existencia de un centro a la memoria histórica, reconocimiento
al buen nombre y a la honra y quizás la existencia de un museo en honor a los afectados; así como
tratamientos fisicos y psicologicos. Justo lo que había buscado durante la última década, cuando
dedicó su vida al reconocimiento público de la verdad.
Era la ocasión perfecta para una vez más lucir el fino atuendo, el mismo que vistió tiempos atrás
en la fiesta onomástica, el confeccionado por ella en sus tardes de ocio, el que ha permanecido
medio siglo en el fondo de aquel baúl. El mismo baúl, que durante el siglo pasó de una generación
a otra, como uno de los tantos patrimonio de la legendaria familia.
La anciana, a medida que escuchaba la promulgación de la nueva norma jurídica, su rostro era
golpeado por el aire renovador de la reconciliación. Perdonando al instante a sus victimarios y a unas
autoridades tolerante con los violentos. Renovada por completo, a su memoria aparecieron sus seres
queridos muertos y desaparecidos en esta oleada terrorista y solo así, pudo empezar a vivir libre de
rencores y odios, la vida digna que merecía.       

                                                            fin