martes, 26 de junio de 2018

PUNTO FINAL

Al finalizar mi última epístola y quizás la más sentida de mi sufrida existencia, he querido dejar constancia de tu paso fugaz por este valle de lágrimas.  Seguro que estos remiendos de palabras que escuchas en el remanso de la eternidad, se conviertan en acordes melodiosos a tus suaves oídos y convencido que desde lo infinito, por siempre estés acompañando mis pasos por estos caminos pedregoso de la vida, que me toco transitar.
De tu aspectos físicos son muy pocos los rasgos que a un conservo, mis confusos episodios de niño no me permiten recordarte como hubiera querido que perduraras por siempre en mi memoria. A pesar de lo dicho, quiero que sepas que nunca me he olvidado de ti.
Te recuerdo responsable y entregada a tus retoños, superando los obstáculos para que tuvieran algo de comer así fuera arroz blanco, adornado por un pedazo de panela raspada. Por las tardes, con pedazos de ropa usada y retazos de tiras viejas, recogido entre las personas de confianza,       empezabas a confesionar nuestra ropa de uso personal. Con una hoja de cuchilla de doble filo en vez de tijeras, empezabas a moldear el montón de tiras y por la noche, a la custodia de una lámpara de gas; con la paciencia que te caracterizo, a agujas y dedal empezabas a armar aquel lio de tela. Por la mañana, luciendo ropa nueva, yo, estaba arreglado para asistir a la escuela. Así aprendí a vestir de la mejor manera y a tu complacencia, arte que agradezco y que a un conservo.
De palabras cortas pero sinceras, de consejo sabio, extrovertido y elegante, así quiere recordarte por siempre, tu niño consentido. Sufrida, respetuosa de la diversidad social y tolerante como ninguna otra, vivirás por siempre: Isabel, la mujer más hermosa y mejor educada que hubo en el pueblo, mi madre. Amante de la pulcritud, donde cada objeto y utensilios ocupaban un lugar específico dentro de la casa; obsesionada por un ambiente sano, te suelo recordar, cada día de mi vida.        
Antes del punto final, he empezado remembrando ciertos episodios que escasamente olvidare. Tu repentina partida a ese anhelado paraíso, me provoco una gran frustración, personalmente no me pude despedir de ti, que era lo que hubiera deseado, me quedaste debiendo el anhelado abraso y que espero recibir el día de nuestro segundo encuentro.
Mi condición de huérfano, me llevo a enredarme con personas de todos los talantes: Gente buena que me considero, las que aprendí a valorar, agradecer y apreciar, les he tratado de corresponder de la misma manera por el resto de mi existencia. Pero el destino también me arrojo a conocer personas de muy mala índole, que me desconsideraron y me trataron como la basura en la que me convertí, la última semana de septiembre, la noche que tú partiste a la eternidad. En esos momentos de mi vida fue cuando más te necesite, lo sobre lleve con melancolía y resignación, un llanto constante y siempre en secreto, cada día que me acordaba de ti. 
El vulgo asume el llanto como un acto de cobardía y no como sentimiento de dolor, desarraigo y tristeza, por lo que atravesamos los seres humanos en nuestra miserable existencia. Motivo por el cual me contuve de llorar en público, solo para evitar ser objeto de críticas, burlas y sarcasmo en esta sociedad que perdió el respeto por el dolor ajeno. 
En el tiempo de tu mortal enfermedad, la comunicación se limitaba a una carta, que bien podía llegar a sus destinatarios una semana después; para nuestra suerte llego ese mismo día cuando finalizaba la tarde. L a misiva era un montón de garabato, un enredo  difícil de interpretar, pero a medida que se ahondaba en él, la información era cada vez más clara: Tu vida peligraba cada hora que transcurría, te encontrabas en muy mal estado de salud y que deseabas ver a tus hijos para abrazarlos y despedirte de ellos para siempre.
                                                               I
                                                  
Por la mañana, piloto y provero responsables de llevarnos a buen puerto, emprendieron el viaje de partida a la vía vehicular más cercana: Puerto Caimán, en la Isla de salamanca. Recorrimos un tramo del casco urbano, que no navegaba un tiempo atrás, esquivando una que otra canoa y ciertas casas, por el norte salimos a las afueras de el Morro. Disminuyendo aun más la velocidad, el motorista reviso el equipo de viaje, confirmada su inquietud, trazo coordenada con la isla de los pajaritos, al otro extremo de la planicie indudable y en línea resta atravesó la ciénaga de machete, asechado por un cardumen de sardina que se abalanzaban contra la canoa. El sol empezaba a escalar en busca de la cima y el viento que soplaba del rio desde la media noche, salpicaba el interior de la canoa y a todos nosotros. 
Recibida la noticia de tu estado terminal desde la tarde anterior. La angustia que me provoco el hecho de perderte, no me hizo pegar los ojos durante la larga noche, desde la madrugada estaba preparada con bolsa en mano, vestido con botines, al igual que mis compañeras de viajes. 
Residíamos en una casa antigua, ubicada en el sector nororiental, popularmente conocido: las Tangas, por la presencia constante de las aves marinas en el lugar. Dos meses atrás, cumpliendo tus labores domésticas te desplomaste en la cocina,      lesionándote contra la hornilla, el día que recibiste el primer infarto y viajaste al médico, para no volvernos a ver por lo menos con vida.
Cuando aún no salía el sol, un joven dedicado a las labores de mensajerías, sin expresar palabras algunas, tranquilamente nos recogió: Mi abuela, una prima hermana y yo, que andaba por los sietes años de edad. Después de varios palacazos, saludar una que otra persona tropezadas por la vía fluvial, finalmente, desembarcamos a una casa grande de eternit, tienda y una caja fresquera de propiedad de la familia de una hermana de mi padre, personal encargados de facilitarnos el transporte a tierra firme.
Después de los besos de cariños, culminados los saludos protocolarios, pasamos a la segunda casa donde servido esperaba el comedor para desayunar. Una hora más tarde abordamos: ESPERANZA, una canoa equipada de motor, gasolina suficiente y una tripulación experimentada en este tipo de travesía. 
Con una velocidad constante, entramos al caño de la barrita, un laberinto bordeado de mangles, de una milla de longitud, rápidamente salimos a puerto ancho, sobre la ciénaga grande.

                                                           II
El motorista una vez más desacelero su máquina, observo las novedades del nuevo recorrido y direcciono la proa al norte, señalando al parque nacional, su embarcación volvió a tomar impulso sobre el espejo de agua. El viento bajaba de la Sierra Nevada, siendo aún más fuerte y la canoa empezó a balancearse de un costado al otro, por estribor embarco varias olas que la semi hundió. El provero, corrió de la proa, su lugar de labores al centro de la embarcación, tomo una totuma de madera y achico la canoa durante el trayecto que faltaba.
A la altura del rincón de la ahuyama, un corral de pesca calentaba un cardumen de chivo mozo, El piloto arrimo a los botes ubicados por fueras del circulo de influencia de faena y el capataz del grupo le confirmo la venta de la captura por un valor de treinta pesos oro por kilos de chivo grande; que al final calcularon entre cuatro a seis toneladas, divididas en las veinte cincos unidades económicas pesqueras.
Pasada una hora, la canoa arrimo al puerto pesquero, sobre la reserva natural y distante casi un kilómetro de la vía nacional: Un desierto, de suelo de valvas de almejas, ostras trituradas, arena de mar y manglares verdes.             Un rancho hecho a base de retazos de maderas y habitado por una familia, un sinnúmero de pescadores, con sus canoas una al lado de la otra ranchando en el lugar. Todos juntos desembarcamos sobre el puerto costeño, comenzaba nuestro periplo por el continente. La tripulación camino con nosotros hasta la vía regional, más tarde logramos abordar un bus interdepartamental que transitaba hacia el occidente y la brisa loca empezaba a soltar las primeras ráfagas de viento del día. 
Antes de Palermo, el corregimiento ribereño magdalenense, el sol era muy fuerte, el calor y la humedad  ensopaba nuestros cuerpos por completos. El tráfico se hizo más difícil, por la confluencia de los carros que intentaban abordar el ferri, que los cruzara del lado atlanticense. Recorrido los más de treinta kilómetros lineales de la troncal del caribe y Pasada las once de la mañana, subimos al enorme carguero. Yo, a manera de recreación, salí a observar las pópelas del remolcador, una vez, el planchón se apartaba de la orilla. Mis compañeras notaron mi ausencia y llegaron donde me encontraba concentrado viendo las aguas revueltas de la importante arteria fluvial. Se construía el puente más largo del país, sobre el rio.  El desplazamiento fue rápido y ante de medio día estábamos pisando territorio Currambero.
                                                         IV
En completo silencio, rogaba a mi Dios que estuvieras bien de salud, contradiciendo lo que el comunicado alertaba. En la espera de un medio de transporte. Todos ubicados y cogidos de las manos para evitar un percance,           sobre una acera de la calzada de una importante vía vehicular al sur este de la arenosa, hasta nosotros se acercó un grupo de personas. Ali, sobrino mayor de mi madre, de una manera intempestiva nos informaba, la noticia trágica ocurrida la noche anterior: Había murto, pasada las veinte horas, en el céntrico hospital general de la puerta de oro y donde se hallaba internada, hacia un tiempo atrás.
 Un frio penetrante invadió mi cuerpo, intente desvanecerme, pero me mantuve en vilo, conteniendo por completo las ganas de llorar, no había experimentado el olvido y desde ese momento mi alma solitaria quedo triste para siempre. Desde el momento del deceso, la velación se realizaba en la casa de: Mohamed, hermano mayor de mi madre, su morada estaba ubicada al sur oriente, donde partimos de inmediato; en un populoso sector de la arenosa.
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A Isabel, no le había alcanzado la vida para descifrar el camino que  le había tocado transitar: El asesinato de su padre siendo a un una niña, que no le permitió contar con su apoyo moral, muy recientemente, la repentina muerte de su madre, ligada a su enfermedad terminal, la habían dejado viviendo en un mundo de incertidumbre. Cuando sintió entrar a su lecho de gravedad, una corriente de aire fría, seguido de una enorme sombra negra, apoyada de un garabato, no había nada que hacer, pensó en su agónica existencia. La joven mujer, remembro su paso por el mundo, agradeció a Dios por la familia que le toco. Recordó a sus pequeños hijos y pensó seriamente en el destino que les esperaba sin madre. Agradeció lo bueno y lo malo que la vida le había ofrecido, cuando se dio cuente que hasta aquí llegaban sus sueños e ilusiones. Antes de enfrentar su triste mirada, con los ojos de la muerte.
  
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Pasado el mediodía, llegamos al velorio, pocas personas acompañaban el cadáver que yacía dentro de la caja negra. Sara: una apuesta mujer de largas cabelleras, unos ojos de pájaro. Tía de mi madre, católica por tradición y responsable de los preparativos mortuorios, parecía ser la más dolida por la repentina partida. En el silencio sepulcral, de aquella alcoba lúgubre, y aferrada a la caja fúnebre, con melancolía y profunda tristeza lloraba torrencialmente sobre el ataúd. Cuando me vio llegar, se acercó a mí, acariciándome el rostro demacrado por el dolor. La elegante mujer, expreso de una manera repentina, pero con la sabiduría que dejan los años vivido, de ahora en adelante vas a conocer el sabor amargo del rechazo y el sufrimiento: Hassan.

 Sentenciado mi incierto futuro, sin mucha prisa, solo me tocaba esperar lo que el destino me deparaba. Mi vida deambulo entre el abandono y el olvido. La soledad y la miseria donde me desenvolví me hizo una persona tímida, así que me fue difícil establecer una relación de parejas, desconocí por completo el arte de la seducción, dicho de otro modo; no pude casarme y mucho menos tener descendiente, como hubieras querido que fuera, para conservar el linaje.                                                                        
                                                             II
La gente de confort de la puerta de oro, después de haber lucido su ropa tipo exportación y una vez pasada de moda, la regalaban o la vendían a cualquier precio, muchas terminaban en el mercado de grano de la arenosa, donde era rematada como ropa de segunda mano. Distribuida a granel y adquiridas por unos acaparadores, que pagaban unos precios muy bajos por su hallazgo.
Cuando tuve la mayoría de edad y empecé a generar mis propios recursos económicos, goce del privilegio de vestir al alcance de estas grandes marcas mundialmente reconocidas, de esta manera impuse mi sello en la moda y gracias a ser el cliente número uno de los hermanos: Manjarrez, que distribuían entre la gente pobre y a precios relativamente bajos estas joyas de la elegancia y el buen vestir.
Inconscientemente, cualquier día se podían estar navegando las calles, luciendo una camisa Versalles, pantalones de paños italianos y zapatos de cueros, verdaderas reliquias de la pasarela universal. Muchas veces por la noche, se volvía a la tienda y se pedía una embolada: En un frasco de vidrio, repleto de un líquido azul y fragancia natural; entre sus manos aparecía el tendero, atreves del mostrador, con una puntería  de gran precisión; aplicaba sobre la camisa una fumigada de la popular loción, quedando listo para las aventuras de la noche.  
Después de tu partida, nunca más me volví a poner una muda de ropa planchada y mucho menos bien aseada, las que lucía eran lavada a la carrera y la mayoría de las veces sobre agua reutilizada: Champurreadas o palomeadas. En mi adolescencia, cada semana me quitaba unos kilos de mugre y me ponía unas libras menos de sucio, siempre calientes por los rayo del sol, para disimular el desagradable olor del sudor y evitar el húmedo que provoca en la ropa usada el roció de la noche, llegando mi auto estima a los peores estándares de la miseria humana. Al  comienzo me incomodaba sobre la piel, me hacía falta la pulcritud a la que me acostumbraste, así me fui adaptando a mi nueva forma de vida y con el paso del tiempo se me convirtió en algo normal: Como vallarme una vez a la semana, incubar piojos en la pelambre, no comer a sus horas y mucho menos volver a la escuela.
El día que literalmente desperté viviendo en la indigencia, las palabras premonitorias de mi tía abuela, empezaban a cumplirse y mi vida desgraciada, se desboronaba sobre una avalancha llamada: Abandono.
                                                                FIN